El Real Colegio de España en Bolonia es un Colegio Mayor católico y masculino, fundado por el cardenal Gil de Albornoz en 1364 con el fin de acoger a jóvenes españoles para que estudiaran en la Universidad de Bolonia, la más antigua del mundo. Seis siglos y medio después, el Real Colegio de España sigue ofreciendo becas a universitarios españoles, seleccionados a través de un riguroso concurso nacional de méritos, para que realicen sus estudios de Doctorado en el Alma Mater Studiorum. Constituye el único testimonio vivo en la Europa continental de los antiguos colegios medievales y se sigue manteniendo como institución privada sin recibir subvenciones públicas de ningún tipo.
Erigido en un palacio único situado en el centro de la ciudad de Bolonia, es además una institución de referencia en actividades académicas y culturales: desde seminarios y congresos universitarios a conciertos de música y eventos sociales.
Los beneficiarios de estas becas son conocidos en España como «bolonios», quienes siempre se han caracterizado por mantener un nivel constante de excelencia. Entre los colegiales se cuentan ilustres juristas, filólogos, médicos, científicos y humanistas que continúan desempeñando un papel principal en la vida intelectual, académica, política y científica española e internacional.
En los tres años escasos que le quedan de vida, mientras se construye el Colegio, el Cardenal Albornoz dicta las disposiciones por las que deberá regirse. El 23 de agosto de 1367, víspera de su muerte, agrega al testamento un codicilo, por el cual autoriza como propias las instrucciones dadas a sus albaceas. Estos declaran el 12 de mayo de 1368 que proceden a recoger en los Estatutos las últimas disposiciones recibidas de viva voz del Cardenal.
Con la aprobación de Urbano V por Bula de 25 de septiembre de 1369 cobra plena personalidad jurídica el Colegio de España.
No conocemos esa primera versión de los Estatutos, pues bien pronto Gregorio XI mandó a uno de los redactores (el obispo de Cuenca don Alonso) remediar sus erratas, oscuridades y deficiencias: así corregidos, el mismo pontífice los promulgó el 20 de noviembre de 1377. De cada treinta colegiales, dieciocho deberían ser canonistas, ocho teólogos y cuatro médicos; a falta de candidatos de estas disciplinas podrían concederse las becas a estudiantes de cualesquiera otras. Designarlos correspondía – y corresponde – al jefe de la casa de Albornoz y a determinadas diócesis españolas; hoy administra tales derechos de presentación la Junta de Patronato, que atribuye las becas por Concurso Nacional de méritos.
El Colegio de España pasó a llamarse «Real» el seis de enero de 1530, cuando Carlos I de España y V de Alemania – pocos días antes de ser coronado Emperador – le otorgó la Protección Regia. Protección que, uno tras otro, han renovado los sucesivos monarcas españoles.
Hoy la fundación de Don Gil es el único de los colegios universitarios medievales que subsiste en la Europa continental. También puede considerarse la más antigua institución española en absoluto, pues como tal se creó y se llamó un siglo y medio antes de la unión de los distintos reinos que integran España. Naturalmente, su historia no está exenta de momentos difíciles: en los tres últimos siglos ha padecido no pocos intentos de usurpación y asaltos de desamortizadores varios, pero siempre tuvo quien supiera defenderlo.
Pese a esas adversidades, el Colegio conserva la mayor parte de sus propiedades originarias, empezando por el edificio ideado por el propio Don Gil, que hoy grandes estudiosos de la historia de la arquitectura ven cual primer anuncio del Renacimiento. Se mantiene exclusivamente con cargo al patrimonio que le legó el Cardenal, sin recibir subvenciones ni ayudas de ninguna especie.
Alberga unos dieciseis becarios en régimen de absoluta gratuidad que cursan el Doctorado en cualquiera de las Facultades de la Universidad de Bolonia: no han de ser necesariamente juristas, aunque así lo crea una opinión tan difundida como equivocada. El ejemplo de muy ilustres colegiales antiguos (San Pedro de Arbués, Elio Antonio de Nebrija, Juan Ginés de Sepúlveda, Antonio Agustín…) y modernos (demasiado abundantes para mencionarlos aquí) quizá sea su mayor estímulo para dejar siempre bien alto el nombre con que son conocidos: los bolonios.
Bolonia, gran encrucijada europea de juristas, llegó a reunir veintiún colegios. El más importante lo fundó en 1364 el cardenal Gil de Albornoz, doctor por la Universidad de Montpellier, a beneficio de estudiantes de la península ibérica. Hoy subsisten en Inglaterra magníficos colegios medievales, pero en toda la Europa continental sólo éste sigue vivo. Y de milagro.
Don Gil hizo así la primera institución “española”, cuando a España aún le faltaba siglo y medio para integrarse. Y le dejó cosas excelentes: un edificio singular, proyectado por él mismo, que sería el modelo del renacimiento italiano según Frommel, su máximo especialista; la primera biblioteca universitaria de Italia, como advierte Kiene, que para los expertos (Maffei, Cortese, Rossi) es la más rica colección privada de códices medievales; en fin, le legó bienes rústicos y urbanos para costear los estudios en Bolonia de veinticuatro escolares ibéricos sin recursos. Carlos V le daría nuevo lustre al visitarlo en 1530 y concederle el título de Real.
Pero Napoleón Bonaparte se incautó del patrimonio del Colegio y, aunque el papa Pio VII intentó reconstruirlo, la empobrecida fundación benéfica llegó moribunda al siglo XX. El duque del Infantado y jefe de la familia Albornoz, con el apoyo del rey Alfonso XIII, la hizo resurgir confiándola en 1919 al rector Carrasco. Por desdicha, ya había padecido – en concepto de “restauración” – cruentas falsificaciones neogóticas. El siguiente rector, D. Evelio Verdera, mejoró todos los servicios; no un estropeo arquitectónico cuyo coste le habría obligado a reducir el número de becas, cuando su prioridad era aumentarlas. Gracias a esa política muchos como yo pudimos ser colegiales.
En 1978, cuando le sucedí en el rectorado, el “boom” económico de Italia había concluido. Según todas las previsiones, la drástica disminución de rentas determinaba el fin inminente del Colegio. Fue un tiempo doloroso que prefiero olvidar.
Reconstruir la economía de la fundación sin ayudas externas no resultó tarea breve ni fácil, pero tampoco tan meritoria como pudiera parecer, porque se sucedieron providenciales golpes de fortuna. Si acaso, fue difícil resistirse a consumir las primeras ganancias en el propio edificio: convenía sanear primero los alquilados para obtener mejores rentas. A la vez, todos – incluso los albañiles – aprendíamos una ciencia fascinante: llamémos la geriatría arquitectónica.
Una restauración puede empezar por partidas sin costes, como decapar una pared a ratos libres o leer documentos seculares. La fundación conserva casi todos sus libros de contabilidad desde 1364. Son incómoda lectura, pero así supe que el destrozado pavimento del cortile no era medieval sino decimonónico, quién y cuando hizo los portones, cómo el rector Neila creó los sótanos o enlució los muros, dónde estuvo el taller de los amanuenses o qué grandes artistas adornaron la casa en el siglo XVI. Sus pinturas ya no eran visibles, pero tal vez quedara algo bajo los blanqueos posteriores. Así hallé frescos de Andrea da Bartoli (1367 ca.), Lippo di Dalmazia (1398 ca.), Biaggio Pupini (1524), Tommaso (Laureti? 1558 – 65) y otros no aniquilados por la furia neogótica.
Contables antiguos y químicos modernos han ayudado a despejar incertidumbres. También, a reproducir los materiales propios del edificio. Un problema especial fueron las rozas de instalaciones eléctricas y sanitarias en los muros de ladrillo visto que ocultó un enfoscado apócrifo hace una centuria. Sólo cupo injertar trozos de ladrillos coetáneos recuperándolos en construcciones derruidas. En cambio, más de doscientas nervaduras góticas reaparecieron incólumes.
Especialmente reveladora ha sido la datación por termoluminiscencia, tan precisa. Con ella comprobamos lo postizo de los parapetos de la galería superior y la autenticidad de las baldosas en espiga donde se apoyaban. En el siglo XX se sustituyeron con una solería de gres industrial que por suerte no llegó a destruir la impronta previa.
Más que estos y otros muchos problemas físicos, me preocupa uno casi filosófico: todo viejo edificio tiene su historia, y cancelarla para devolverle el primer aspecto sería falsificarlo. Como colegial, respeto a mis antecesores y sus huellas. Lástima que anden a tortas. Los del siglo XVI combaten el estilo del XIV como “barbárico”, y el de ellos lo rechazan los del XX en nombre del ojival. Pésimo pacificador sería quien intentara imponer el propio gusto. Así, también he restaurado gran parte de la máscara neogótica. Personalmente la encuentro reprobable; pero, para no repetir viejos errores, convienen el estudio, la prudencia… y la humildad.
José Guillermo García-Valdecasas y Andrada-Vanderwilde, Exrector del Real Colegio de España
El archivo histórico conserva los documentos producidos y adquiridos por el Colegio en el desarrollo de su propia actividad desde su fundación. Entre los documentos más antiguos se encuentran actas notariales de compraventa relativas a la formación de patrimonio inmobiliario, los libros de cuentas de la fábrica (1365-1368) y los registros de admisión de los colegiales, a partir de 1392, con una relación que se remonta al año 1369.
El archivo custodia también el fondo albornociano constituido por documentos personales del Cardenal Albornoz (1353-1387). Entre ellos se encuentra el original del testamento del Cardenal Gil de Albornoz (Castillo Papal de San Cataldo, Ancona, 29 de septiembre de 1364), acto de fundación del Colegio de España.
Inventarios:
La Biblioteca, que se puede considerar la más antigua biblioteca universitaria de Italia, se remonta a 1364, año de la fundación del Colegio. Su núcleo original lo constituían los 36 volúmenes donados al Colegio por el Cardenal Don Gil de Albornoz. El patrimonio de la biblioteca se incrementó gracias a las adquisiciones y las donaciones, entre las cuales es notable los 190 códices, en su mayor parte jurídicos, donados en 1563 por Antonio Agustín y provenientes de la biblioteca del jurista Luis Gómez.
En 2002 el CIRSFID (Centro Interdisciplinar de Historia y Filosofía del Derecho e Informática Jurídica de la Universidad de Bolonia) concluyó un proyecto de gran importancia, denominado “Proyecto Irnerio”, que tenía como objetivo la reproducción en soporte digital de todo el fondo de manuscritos de la biblioteca. Sus imágenes digitalizadas pueden consultarse en línea en http://irnerio.cirsfid.unibo.it/.
En la actualidad, la Biblioteca Antigua alberga cerca de 3.000 libros; entre ellos, 289 manuscritos, 126 incunables y 456 impresos del s. XVI. En ella se custodian las tesis de los colegiales (desde el año 1933), asó como un catálogo en fichas de papel dispuesto por autores y materias.
Catálogo de manuscritos:
-I codici del Collegio di Spagna di Bologna studiati e descritti da Domenico Maffei, Milano, Giuffrè, 1992
-CIRSFID, Progetto Irnerio, Bologna, CIRSFID, Università degli Studi, 2002 (Modalità di accesso: www: http://irnerio.cirsfid.unibo.it/).
Catálogo de incunables:
-F. Rodríguez, Catálogo de Incunables de la Biblioteca del Colegio de España en Bolonia, Publicaciones del Real Colegio de Esapaña, Bolonia 1972 (Studia Albornotiana, 12).
Otros catálogos:
-L. Brunori, Catalogo del fondo ispanistico antico della Biblioteca del Collegio di Spagna di Bologna, Imola, Galeati, 1986.
-Catálogo on-line del Censo regional de las ediciones del siglo XVI editado por el IBC de la Región Emilia-Romagna http://polocer.sebina.it/SebinaOpac/Opac
En la Casa de Cervantes -que cuenta con un acceso independiente dentro del complejo del Colegio de España- se encuentra la biblioteca hispanoamericana, la sala de estudio, la sala de conferencias (con capacidad para 100 personas) y salones de exposiciones. Con frecuencia se abre para la realización de actividades académicas y culturales (seminarios, conferencias, debates, etc.); los colegiales pueden usarla como espacio para el estudio común.
Fundada en 1932, la Casa de Cervantes es fruto de un proyecto llevado a cabo por el Rector Manuel Carrasco y Reyes (1919-1954), que preveía la construcción de una casa de cultura española dedicada a Miguel de Cervantes. Debía comprender también una biblioteca española que fuese representativa de la cultura hispanoamericana.
En 1932 se ultimaron las obras de construcción y decorativas del edificio, pero la Casa de Cervantes permaneció cerrada durante los años de la Guerra Civil española, cuando albergó militares españoles inválidos del hospital Rizzoli; y también durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue sede de un hospital para atender a heridos italianos. De 1959 a 1971, bajo el rectorado de Evelio Verdera y Tuells (1955-1977), la Casa de Cervantes acogió la sede del Instituto de Derecho Comparado Italo-Ibero-Americano, lo cual contribuyó a enriquecer su biblioteca con un conspicuo fondo jurídico.
Esta alberga unos 25.000 volúmenes y opúsculos, además de 150 revistas (11 se mantienen con suscripción activa). Se trata, sobre todo, de obras de lengua y literatura española. Una amplia sección, sin embargo, está compuesta por textos jurídicos.
Existe un catálogo en papel por autores y títulos; también otro informático, por autor, título y materia.
Los estantes de la biblioteca se enriquecen anualmente con nuevos volúmenes, también gracias a las donaciones de entidades, fundaciones y huéspedes que durante el año son invitados a conferencias y seminarios.
La sala de estudio cuenta con 25 puestos que permiten un estudio cómodo y tranquilo.
Las salas de exposición se sitúan en el último piso y gracias a la capacidad del salón principal se prestan a acoger exposiciones varias. Entre las más recientes, mencionaremos la exposición del friso de Tarazona que representa la coronación de Carlos V en Bolonia y la de fotografías del Camino de Santiago.